Santa Rosa de Lima

Cada 30 de agosto, miles de limeños salen a peregrinar rumbo al convento donde vivió Santa Rosa de Lima con la esperanza de que se les conceda un milagro.

Santa Rosa

Isabel Flores de Oliva, también conocida como Santa Rosa de Lima, nació en la ciudad capital del Perú el 30 de abril de 1586. Fue hija del arcabucero Gaspar Flores y de María de Oliva. Fue bautizada como Isabel, pero su madre empezó a llamarla Rosa desde que un día, al acercarse a la cuna de la pequeña, vio el rostro de su hija encendido como una rosa.

Primeros años

Casi toda su infancia y adolescencia la pasó en el pueblo de Quives que, por aquel entonces, era una reducción indígena ubicada en la sierra de Lima, entre la confluencia de los ríos Chillón y Arahuay. Hasta aquel lugar se trasladó la familia Flores de Oliva debido a que Gaspar había conseguido trabajo como encargado de una mina.

Aún siendo niña, la pequeña Rosa sufrió una enfermedad que le imposibilitaba la movilidad de las piernas. Su madre intentó aliviar el mal con una receta local que consistía en cubrirle las extremidades con piel de buitre, remedio que no funcionó y, por el contrario, agravó más la enfermedad.

En 1598, junto a otros niños, recibió el sacramento de la confirmación de manos del arzobispo Toribio de Mogrovejo, quien años después también sería elevado a la categoría de santo.

Tiempo después, los padres de Rosa quisieron que tomara interés en los negocios de la familia y su madre la llevó al ingenio minero para que se familiarizara con el procesamiento de los metales, pero la joven no mostró entusiasmo alguno y manifestó a su madre que el oro era lo que estaba llevando al mundo a la perdición.

Vocación religiosa

Tiempo después, un derrumbe en la mina obligó a la familia Flores de Oliva a retornar a Lima. Para entonces, Rosa ya estaba decidida a seguir la vida religiosa teniendo de inspiración a la vida de Santa Catalina de Siena. En 1605, tuvo la intención de ingresar al monasterio de Santa Clara, pero debido a su pobreza no pudo reunir la dote necesaria.

Aquella circunstancia no la hizo desistir e hizo votos de vivir consagrada al Señor vistiendo el hábito de terciaria dominica y edificó con sus propias manos, en el huerto de su casa, una cabaña en la que pasaba el día orando o mortificándose. Abandonó los alimentos de la vida diaria, sobreviviendo a pan y agua que acompañaba con jugos y hierbas.

Solía llevar cilicios en torno a los miembros y se flagelaba a menudo con la intención de imitar la pasión de Cristo. Llevaba una corona de espinas tan apretada que ocasionaba que la sangre le chorreara por las mejillas. Tenía por costumbre recibir enfermos en su casa a quienes atendía con abnegación.

Santa Rosa de Lima sufrió también la tentación del demonio a quien ella denominó “el sarnoso”, pero gozó de la presencia de Dios y de las apariciones de la Virgen María, el Ángel de la Guarda y Santa Catalina de Siena. Atrajo la devoción de un círculo de damas piadosas quienes intentaron seguir su ejemplo.

La defensa de Lima

En 1615, buques corsarios deciden atacar la ciudad de Lima, aproximándose peligrosamente al puerto del Callao. Los ánimos de los ciudadanos estaban bastante alterados. Rosa logró reunir a las mujeres de Lima en la iglesia de Nuestra Señora del Rosario para orar por la salvación de la ciudad. Muchos ya habían abandonado la capital buscando refugio en zonas alejadas.

Pero, misteriosamente, el capitán de los corsarios falleció pocos días después, provocando que sus hombres retiraran sus naves sin lograr atacar el Callao. En Lima todos atribuyeron el milagro a Rosa.

Los últimos días

Los últimos meses de su vida los pasó en casa del contador Gonzalo de la Maza, un alto funcionario virreinal, cuya esposa admiraba la labor de Rosa. Durante su larga y dolorosa enfermedad fue testigo de apariciones milagrosas y premoniciones, como la destrucción del Callao a causa de un maremoto, hecho que se cumplió en 1746.

Rosa murió el 24 de agosto de 1617, a los 31 años de edad, víctima de tuberculosis. Para entonces era tan venerada en la ciudad que a su funeral asistieron el virrey, el arzobispo y representantes de todas las órdenes religiosas.

El papa Clemente X la canonizó el 12 de abril de 1671, fijándose su festividad el 30 de agosto. Santa Rosa de Lima fue la primera santa del Nuevo Mundo.