Fiestas Patrias: Celebraciones añejas
¿En qué momento las festivas Fiestas Patrias del pueblo fueron reemplazadas por aburridas ceremonias oficiales?
¿En qué momento las festivas Fiestas Patrias del pueblo fueron reemplazadas por aburridas ceremonias oficiales?
Quienes esperan con afán el 28 de julio en el Perú, día en que se celebra el aniversario de la independencia, no lo hacen con aquella inspiración patriótica y festiva de quien espera conmemorar un año más de la emancipación nacional en las plazas públicas de la capital.
Por el contrario, quienes pueden hacerlo, salen despavoridos hacia el interior del país, como huyendo de las aburridísimas celebraciones oficiales. Nadie espera soportar un aburrido Te Deum (liturgia católica de agradecimiento a Dios) o el extenso y nada novedoso mensaje presidencial.
La celebración actual de las Fiestas Patrias del Perú, carece de ese carácter festivo que debería acompañar la conmemoración de una fecha tan importante para el país.
Lima de fiesta
Pero las celebraciones de las fiestas de la patria no siempre fueron tan lacónicas y acartonadas. Hubo un tiempo en que la población no huía de la capital, sino que permanecía en ella con el propósito de no perderse las fiestas de 28 de julio.
La independencia del Perú y su paso a la vida republicana, no fue un proceso que se dio de la noche a la mañana. No se inició con San Martín ni terminó con Bolívar. Los libertadores fueron conscientes de que la emancipación tendría que ser asimilada por la población de una manera gradual e integral. Ella tendría que sentirse parte de ese proceso libertario, por tal motivo es que las celebraciones y festividades cumplían un rol fundamental en ese propósito.
En un comienzo, las ceremonias conmemorativas de la independencia no se alejaron tanto de las pautas impuestas por la colonia. Incluso la propia declaración de independencia adoptó la forma de una declaración de la Realeza, por lo que la proclamación se llevó a cabo en distintas plazas públicas: la Plaza Mayor, la Plaza de La Merced, la Plaza de Santa Ana y la Plaza de la Inquisición.
En aquellas primeras celebraciones, la conmemoración de la independencia se iniciaba el 27 de julio con el repique de campanas, música y baile. Era una celebración que involucraba a la población en general. La Plaza Mayor y los alrededores del centro de la capital eran ocupados por todos los ciudadanos, quienes celebraban las Fiestas Patrias según sus respectivas costumbres.
La celebración oficial no se imponía a las celebraciones de la población, sino que las acompañaba. Los diarios de la época cuentan que las bandas militares partían del cuartel de Santa Catalina hacia la Plaza Mayor, acompañadas siempre por los vecinos de Lima en actitud festiva.
Las plazas se llenaban de vendedores que expendían todo tipo de viandas y bebidas a la población, los castillos y fuegos artificiales iluminaban el cielo. Las celebraciones públicas transcurrían a la par con las celebraciones y bailes privados. El teatro disponía de funciones especiales y el desfile de las bandas militares era una verdadera procesión, pues todos, sin distingo alguno, participaban de la fiesta de la Patria.
Solo espectadores
Con el paso de los años, la algarabía comenzó a disminuir. A fines del siglo XIX, y más aún, a inicios del siglo XX, las celebraciones populares comenzaron a ser reguladas por las autoridades y fueron siendo desplazadas del centro de la ciudad a los alrededores con la idea de democratizar la fiesta y que esta pudiera ser apreciada por una población más numerosa, además de garantizar el orden público.
Este alejamiento de la población del centro en la que se ejecutaban los actos oficiales, con los años, fue restando el carácter festivo de años anteriores hasta llegar a convertir a las autoridades gubernamentales en los verdaderos protagonistas de ceremonias extensas y aburridas y desplazando a la población al papel de simple espectador.