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Brujas en el Perú

Para los historiadores, detrás de una mujer acusada de brujería existían otros elementos que temía el sistema político-religioso de la época, uno de ellos era la independencia de estas damas del control masculino.

Brujas en el Perú

En el hablar cotidiano el término “brujería” está ligado a las malas artes que utilizan algunas personas para causar daño a otra gente, ya sea por motivación propia o porque alguien paga por ese servicio.

En ese sentido, la fantasía popular ha dotado a las brujas de un aspecto siniestro y de sentimientos malignos. Sin embargo, no todo lo que se dice de las brujas es cierto en un cien por ciento.

En el caso del Perú, muchas de las mujeres que fueron señaladas como brujas, en realidad eran recolectoras de hierbas, las mismas que usaban para elaborar medicinas, muchas de ellas realizaban labores de matronas, por lo que tenían cierto poder sobre la natalidad.

Estas mujeres eran figuras influyentes en el matriarcado pagano, por lo que, una vez llegado el cristianismo a estas tierras, había que deshacerse de ellas. La cacería de brujas que se emprendió posteriormente, sirvió de excusa para sacar a flote venganzas familiares, envidias, resentimientos o simple odio.

De esta manera, muchas desdichadas fueron perseguidas de manera implacable por la Inquisición, acusadas de tener pactos y relaciones con el demonio, así como de practicar la magia negra y hechicería.

Hurgando en la historia, se pueden encontrar los nombres de algunas de ellas:

1 María Magdalena Camacho

Era una limeña de tez blanca. Tenía 38 años y desde muy joven se había dedicado a curar males y elaborar filtros de amor. Para que sus conjuros surtieran efecto, les pedía a sus clientes que se deshicieran de rosarios, crucifijos e imágenes religiosas.

2 Petrona de Saavedra

Esta mulata de 40 años se diferenciaba de la anterior por el hecho de que en todas sus curaciones invocaba a la Virgen María y a los santos católicos, aunque también apelaba al inca y al espíritu de la coca.

3 Juana de Apolonia

Era una mujer negra que había sido esclava. Era experta en ungüentos amatorios y afirmaba que era capaz de conseguir la “ilícita amistad” de las mujeres. Juana le rezaba por igual al diablo y a la Virgen María.

4 Antonia de Abarca

Mujer de 31 años. No se le conocían curaciones milagrosas, pero la gente comentaba de ella que solía acudir a parajes solitarios para sostener pactos carnales con el diablo.

Estas cuatro mujeres fueron a parar a la Inquisición acusadas de hechicería, pero este hecho no es el único que unía a estas damas que vivieron en la Lima del siglo XVII. Todas ellas estaban fuera de algún tipo de control masculino, pues eran viudas, solteras o prostitutas, estados que en aquel tiempo resultaban peligrosos para la moral y buenas costumbres.

Era una época en que la mujer debía vivir bajo la tutela del padre, esposo o sacerdote, por lo que no era raro que todas las acusadas por la Inquisición escaparan a este tipo de control.

Eran acusaciones dirigidas más que todo por un Estado temeroso de las idolatrías y costumbres paganas. Como se sabe, la corrupta Iglesia Católica de aquella época tenía enorme injerencia en la vida de los habitantes no solo de Lima, sino también en otras ciudades coloniales americanas.

Lo que sí es seguro, como afirman varios historiadores, es que en el Perú no existieron brujas, al menos no de acuerdo a la concepción europea que se tiene de una bruja.

En palabras del escritor e historiador Fernando Iwasaki:

La hechicera colonial no era bruja porque no formaba parte de ninguna comunidad mistérica, y por lo tanto en el Perú virreinal no existieron aquelarres que suponían la práctica de la magia negra.

En su opinión, eran mujeres expertas en sanaciones y amarres que representaban una amenaza al régimen patriarcal porque combinaban tres elementos peligrosos para el sistema, según la historiadora Emma Mannarelli: sexo femenino, daño y poder.